1/11/2012
Primera Lectura
Apocalipsis 7, 2-4 . 9-14
Lectio
Yo, Juan, vi a un ángel que venía del oriente. Traía consigo
el sello del Dios vivo y gritaba con voz poderosa a los cuatro ángeles
encargados de hacer daño a la tierra y al mar. Les dijo: "¡No hagan daño a
la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que terminemos de marcar con el
sello la frente de los servidores de nuestro Dios!" Y pude oír el número
de los que habían sido marcados: eran ciento cuarenta y cuatro mil, procedentes
de todas las tribus de Israel.
Vi luego una muchedumbre tan grande, que nadie podía
contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y
lenguas. Todos estaban de pie, delante del trono y del Cordero; iban vestidos
con una túnica blanca; llevaban palmas en las manos y exclamaban con voz
poderosa: "La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el
trono, y del Cordero".
Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono, de los
ancianos y de los cuatro seres vivientes, cayeron rostro en tierra delante del
trono y adoraron a Dios, diciendo: "Amén. La alabanza, la gloria, la
sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fuerza, se le deben
para siempre a nuestro Dios".
Entonces uno de los ancianos me preguntó: "¿Quiénes son
y de dónde han venido los que llevan la túnica blanca?" Yo le respondí:
"Señor mío, tú eres quien lo sabe". Entonces él me dijo: "Son
los que han pasado por la gran persecución y han lavado y blanqueado su túnica
con la sangre del Cordero".
Meditatio
Una de las cosas que hemos olvidado los cristianos es que
estamos llamados a la santidad. Pensamos hoy en día que: "los santos son
personas extrañas venidas quizás de otros planetas, que están destinadas a
hacer cosas que sólo ellos pueden hacer pues el común de los mortales no lo
lograremos".
El libro del Apocalipsis, que leemos en esta fiesta de Todos
los Santos, nos habla de esta multitud de personas que están delante del
Cordero, ellos son los santos. Estos santos somos nosotros, pues todos estamos
destinados a vivir eternamente con Dios delante de su trono y alabarlo por toda
la eternidad. Esa multitud somos todos aquellos que hemos lavado nuestras ropas
en el bautismo y que hemos recibido la vestidura blanca de la gracia; pero al
mismo tiempo, somos los que hemos pasado la gran persecución. Esta persecución
de la que se habla es la que hoy el mundo no quiere vivir, no queremos ser
perseguidos por nuestra manera de pensar y de ser, queremos, como ha sido
siempre la gran tentación del pueblo santo de Dios: SER COMO LOS DEMÁS PUEBLOS.
Debemos recordar hoy, que nosotros hemos sido rescatados a
precio de sangre y que no podemos ser como los demás, somos hijos de Dios y en
nosotros habita el Espíritu Santo. Estas diferencias, quien las entiende y las
vive será perseguido y éste será el mejor signo de nuestra pertenencia a
Cristo, será la señal inconfundible que tendremos de que un día estaremos con
Jesús en el cielo alabándolo por toda la eternidad. Al festejar a los santos
sigamos su ejemplo y formemos parte de esta vida de santidad.
Oratio
Señor Dios todopoderoso y eterno, que despiertas en hombres
y mujeres de todos los tiempos y lugares, el espíritu de fidelidad al evangelio
de tu Hijo en su vida de todos los días, ayúdanos a nosotros, tus hijos, a
luchar por seguir a tu Hijo por el camino de la caridad, el servicio y la
solidaridad con el hermano, para que merezcamos gozar de la vida eterna que has
preparado para el hombre desde antes de la creación del mundo. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
Operatio
El día de hoy, dedicaré un tiempo extra para hacer algo más
por los demás cuando me pidan ayuda, tiempo, apoyo, escucha, comprensión o
perdón.
El Evangelio de hoy
Mateo 5, 1-12
En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al
monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a
enseñarles, hablándoles así:
"Dichosos los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos los que lloran,
porque serán consolados.
Dichosos los sufridos,
porque heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia,
porque serán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
porque obtendrán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón,
porque verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz,
porque se les llamará hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos serán ustedes, cuando los injurien, los persigan y
digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento,
porque su premio será grande en los cielos, puesto que de la misma manera
persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes".
Reflexión
San Mateo ha querido presentar esta enseñanza de Jesús
(dicha muy probablemente en diferentes ocasiones y lugares) en una gran
catequesis, para que ésta sea, como lo fue para los Judíos, "la ley"
que rija la vida. Por ello nos presenta a Jesús que, como Moisés, sube al
"monte" y desde ahí instruye al pueblo. La catequesis empieza con la
palabra "Bienaventurados" que puede ser también traducida como
"Feliz" o "Dichoso" o quizás como las tres juntas. La
palabra en griego "Macario" significa una alegría profunda e interior
que está relacionada con la paz y el gozo. Con esta interpretación resulta
paradójico, de acuerdo a los criterios humanos, el decir: "felices los que
lloran, felices los pobres, felices los mansos, felices los perseguidos por ser
cristianos, etc.", sin embargo, esta es una verdadera realidad pues la
verdadera felicidad, el gozo, la alegría, no están en donde el mundo nos las
propone (fiestas, diversiones, etc.), sino en donde Jesús nos lo dice:
"Sólo en ÉL", llevando una vida auténticamente cristiana. La
felicidad que encontramos en el mundo es pasajera, la que nos ofrece Jesús y el
Evangelio es total y duradera, diríamos: "definitiva".
Si verdaderamente quieres ser un "Macario", un
lleno de la alegría, la paz y el gozo de Dios, esfuérzate todos los días por
vivir de acuerdo al Evangelio.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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