17/10/2012
Primera Lectura
Gálatas 5, 18-25
Lectio
Hermanos: Si los guía el Espíritu, ya no están ustedes bajo
el dominio de la ley.
Son manifiestas las obras que proceden del desorden egoísta
del hombre: la lujuria, la impureza, el libertinaje, la idolatría, la brujería,
las enemistades, los pleitos, las rivalidades, la ira, las rencillas, las
divisiones, las discordias, las envidias, las borracheras, las orgías y otras
cosas semejantes. Respecto a ellas les advierto, como ya lo hice antes, que
quienes hacen estas cosas no conseguirán el Reino de Dios.
En cambio, los frutos del Espíritu Santo son: el amor, la
alegría, la paz, la generosidad, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la
mansedumbre y el dominio de sí mismo. Ninguna ley existe que vaya en contra de
estas cosas.
Y los que son de Jesucristo ya han crucificado su egoísmo
junto con sus pasiones y malos deseos. Si tenemos la vida del Espíritu,
actuemos conforme a ese mismo Espíritu.
Meditatio
Pablo finaliza su carta mostrándonos cómo el hombre nuevo es
y debe ser dirigido por el Espíritu. Es el Espíritu Santo quien, obrando desde
dentro del hombre, lo transforma, cambiando en él sus actitudes y dirigiéndolo
hacia la vida, la vida en abundancia. Cuando no permitimos al Espíritu que se
desarrolle dentro de nosotros, cuando no tenemos suficiente tiempo para nuestra
oración y en general para nuestro trato con Dios —sea con su Palabra que con
los Sacramentos—, cuando se busca vivir sólo regido por normas de tipo moral,
el egoísmo y la debilidad humana producen únicamente frutos de muerte y
destrucción.
Mientras que, cuando permitimos que Dios sea realmente Dios
dentro de nosotros, los frutos de esta relación interior se manifiestan en vida
y alegría. Por eso, es fácil ver quién tiene vida espiritual y quién no; quién
busca con sus propios medios alcanzar la felicidad y quién deja que sea Dios
quien la produzca y desarrolle en él; es fácil ver quiénes viven conforme al
Espíritu y quiénes no.
¿Cuáles son tus frutos?, pues por tus frutos te conocerán.
Oratio
Espíritu Santo, haz crecer en mí tus frutos; que tu apacible
y poderosa presencia vaya fortaleciendo y formándome de tal modo que pueda
mostrar al mundo lo maravilloso de una vida guiada por tu inspiración.
Ven, poder de lo alto, y desarrolla en mí el amor, la
alegría, la paz, la generosidad, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la
mansedumbre y el dominio de mí mismo.
Operatio
Hoy revisaré cada uno de los frutos del Espíritu y los
confrontaré con mi vida para evaluar qué tanto he dejado actuar a Dios en mi
vida.
El Evangelio de hoy
Lucas 11, 42-46
En aquel tiempo, Jesús dijo: "¡Ay de ustedes, fariseos,
porque pagan diezmos hasta de la hierbabuena, de la ruda y de todas las
verduras, pero se olvidan de la justicia y del amor de Dios! Esto debían
practicar sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos porque les gusta
ocupar los lugares de honor en las sinagogas y que les hagan reverencias en las
plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven, sobre los
cuales pasa la gente sin darse cuenta!".
Entonces tomó la palabra un doctor de la ley y le dijo:
"Maestro, al hablar así, nos insultas también a nosotros". Entonces
Jesús les respondió: "¡Ay de ustedes también, doctores de la ley, porque
abruman a la gente con cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni con
la punta del dedo!"
Reflexión
La ley tiene como único fin ayudarnos a vivir de acuerdo al
amor. Cada uno de los mandamientos expresa el deseo de Dios de que el hombre
crezca y madure en el amor. Sin embargo, cuando la ley se convierte en fin, en
sí misma, deja de expresar el deseo del legislador y se convierte en un yugo
difícil de llevar. Peor aún cuando nosotros mismos nos convertimos en los
legisladores para hacer una ley a nuestra medida y necesidades, pues esto,
lejos de conducirnos a la meta que es Dios, nos aleja de él y nos confina a la
oscuridad, a la ignorancia, a la angustia.
Si tú cumples la ley sólo porque es la ley (por miedo al
castigo) eres todavía un esclavo de la ley; pero si tú la cumples porque en
ella descubres un camino para crecer en el amor, tu vida se abre hacia la
felicidad perfecta.
Como ejemplo sencillo podrías pensar hoy ¿qué te mueve el
domingo para ir a misa?
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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