10/10/2012
Primera Lectura
Gálatas 2, 1-2. 7-14
Lectio
Queridos hermanos: Después de catorce años volví de nuevo a
Jerusalén con Bernabé y también con Tito. Regresé porque Dios me lo había
revelado. Ahí, en una reunión privada con los dirigentes, les expuse el
Evangelio que predico a los paganos. Hice esto para que mis trabajos pasados y
presentes no resultaran inútiles.
Todos reconocieron que yo había recibido la misión de
predicar el Evangelio a los paganos, como Pedro había recibido la de predicarlo
a los judíos. Porque aquel que le dio poder a Pedro para ejercer el apostolado
entre los judíos, me lo dio a mí para ejercerlo entre los paganos.
Así pues, Santiago, Pedro y Juan, que eran considerados como
las columnas de la Iglesia, reconocieron la gracia que Dios me había dado y nos
dieron la mano a Bernabé y a mí, en señal de perfecta unión y para expresar su
acuerdo de que nosotros nos dirigiéramos a los paganos y ellos a los judíos. Lo
único que nos pidieron fue que nos preocupáramos por los pobres, cosa que he
procurado cumplir con solicitud.
Más tarde, cuando Pedro fue a Antioquía, yo me le enfrenté,
porque era digno de reprensión. En efecto, antes de que llegaran algunos judíos
enviados por Santiago, Pedro solía comer con los paganos convertidos; pero
después empezó a apartarse de ellos por temor a los judíos recién llegados. Los
demás judíos convertidos imitaron su ejemplo, tanto que hasta el mismo Bernabé
se dejó arrastrar por aquella conducta contradictoria.
Entonces, cuando vi que Pedro no procedía rectamente,
conforme a la verdad del Evangelio, le dije delante de todos: "Si tú, que
eres judío, vives como un pagano y no como un judío, ¿por qué quieres ahora
obligar a los paganos convertidos a que vivan como judíos?"
Meditatio
En este pasaje podemos ver el problema que se suscitaba en
aquellos tiempos entre dos diferentes corrientes teológicas. Por un lado, san
Pablo que predica a aquellos que no han conocido la Ley de Moisés, y por otro,
san Pedro que predica a aquellos que toda su vida han tenido como norma todos
sus preceptos. Ambos reconocen a Cristo como Señor, pero mientras que unos
viven este señorío sin tantas restricciones y con más libertad, los judíos,
atados todavía a muchos ritualismos y convicciones ancladas en su fe, la buscan
acomodar a lo que para ellos ha sido parte de su historia de salvación.
Hoy en día también nos encontramos dentro de la Iglesia
diferentes corrientes teológicas, las cuales "potencían" o ponderan
algunos elementos del Evangelio. Así, por ejemplo, un movimiento rescata y
acentúa "el cuidado por el matrimonio y la familia", algún otro
"la participación del Espíritu Santo y la promoción de carismas",
etc. Es importante reconocer la acción de Dios en cada movimiento y en cada
corriente teológica. Somos una Iglesia y en ella, como dice san Pablo, hay diferentes
miembros, todos útiles y santos para el sano desarrollo del cuerpo.
Reconozcamos que Dios puede —y de hecho actúa— en formas
diferentes y particulares en cada movimiento. Aprendamos a respetarlos y a
valorarlos.
Oratio
Señor, dame un profundo amor por la Iglesia en cada
movimiento y expresión dentro de ella; te pido que a mí me conduzcas hasta el
lugar en donde tú quieras desarrollarme como persona y sobre todo, desde donde
pueda aprender a servirte y anunciarte de una mejor manera.
Operatio
Hoy daré gracias por el lugar a través del cuál recibo
formación, me ayuda a crecer como cristiano y me invita a anunciar el mensaje
de Jesús; de manera especial revisaré si hay algo más en lo que yo pueda
cooperar y haré los ajustes necesarios para hacerlo.
El Evangelio de hoy
Lucas 11, 1-4
Un día, Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus
discípulos".
Entonces Jesús les dijo: "Cuando oren, digan:
Padre, santificado sea tu nombre,
venga tu Reino,
danos hoy nuestro pan de cada día
y perdona nuestras ofensas,
puesto que también nosotros perdonamos
a todo aquel que nos ofende,
y no nos dejes caer en tentación".
Reflexión
Esta oración, a pesar de parecer tan simple, es la oración más
perfecta que existe. Sobre todo, porque nos revela que Dios es un Padre y que
se comporta como tal. Por ello nos podemos acercar con toda confianza a él
sabiendo que no fallará.
La Iglesia lo ha reconocido así y por ello recomienda que se
rece tres veces al día: en la mañana como parte de las Laudes, en la Misa, y al
caer la tarde como parte de las Vísperas.
Esta pequeña oración bien rezada tiene una profundidad tan
grande que es capaz de llevarnos incluso a las más altas contemplaciones; el
problema es que está tan desgastada que la mayoría de los cristianos la dicen
de memoria y como pericos.
Intenta este día rezarla en paz, con un corazón abierto al
Señor y verás cómo la presencia de Dios se hace realmente fuerte en tu vida.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
No hay comentarios:
Publicar un comentario