3/08/2012
Primera Lectura
Jeremías 26, 1-9
Lectio
Al principio del reinado de Joaquín, hijo de Josías y rey de
Judá, el Señor le habló a Jeremías: "Esto dice el Señor: 'Ve al atrio del
templo y diles a todos los habitantes de Judá que entran en el templo para
adorar al Señor, todas las palabras que yo te voy a ordenar; sin omitir
ninguna. A ver si las escuchan y se convierten de su mala vida, y me arrepiento
del castigo que he pensado imponerles a causa de sus malas acciones'.
Diles, pues: 'Esto dice el Señor: Si no me obedecen, ni
cumplen la ley que he dado, ni escuchan las palabras de mis siervos los
profetas, que sin cesar les he enviado y a quienes ustedes no han escuchado,
entonces yo trataré a este templo como al de Siló, y haré que esta ciudad sirva
de escarmiento para todos los pueblos de la tierra'".
Los sacerdotes, los profetas y el pueblo oyeron a Jeremías
pronunciar estas palabras en el templo del Señor. Y cuando terminó Jeremías de
decir cuanto el Señor le había mandado, los sacerdotes y los profetas lo
apresaron, diciéndole al pueblo: "Este hombre debe morir, porque ha
profetizado en nombre del Señor que este templo será como el de Siló, y que
esta ciudad será destruida y quedará deshabitada". Entonces la gente se
amotinó contra Jeremías en el templo del Señor.
Meditatio
El pueblo, en tiempos de Jeremías, pensaba que el templo era
lo más importante de su vida religiosa y social, más importante aún que el
cumplimiento de la ley. De manera que era gente muy religiosa que asistía al
templo conforme a las prescripciones, ofrecía los sacrificios y hacía todo lo
que Dios había ordenado en cuanto al templo, pero habían olvidado completamente
la vida moral.
El templo se había convertido en un verdadero ídolo, que a
su manera, había ya suplantado a Dios. Es por ello que el profeta invita al
pueblo a la conversión. Sin embargo, la respuesta es la misma que dan hoy los
católicos fríos, los que van a misa “por cumplir”, o cuando hay una boda o
algún evento especial: “No nos interesa lo que estás diciendo, ya cállate”. Y
esto es entendible, ya que el asistir al templo, tanto antes como ahora, no
compromete nuestra vida para nada. La gente hoy viene a misa pero su vida
moral, la forma como lleva su casa, sus negocios, sus diversiones, nada tiene
que ver con lo que Jesús nos pidió en el Evangelio.
Abramos bien nuestros oídos a la voz del profeta, pues lo
que fue verdad para el pueblo de Judá, lo será también para todo aquel que vive
una religiosidad sin moral: será destruido y echado al lago de fuego, como
claramente nos lo anunció Jesús.
Oratio
Líbrame, Señor, de una falsa espiritualidad, que nunca use
de pretexto a la Iglesia para desentenderme de mis deberes como cristiano, no
quiero ser un ritualista sino un verdadero cristiano, es decir, alguien
semejante a ti, alguien dispuesto a vivir los valores morales de tu Evangelio
en medio de este mundo que mantiene una actitud tan indiferente al mal e
incluso, persecutoria hacia los que te buscan. Señor, quiero ser como eres tú.
Operatio
Hoy revisaré qué tanto impactan en mi vida los actos
religiosos que hago, si son en verdad motivo de cambio o sólo los hago por
costumbre o por apaciguar mi conciencia, de ser así, hoy haré un compromiso de
vivir conforme a lo que creo y celebro en esas acciones.
El Evangelio de hoy
Mateo 13, 54-58
En aquel tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a enseñar
a la gente en la sinagoga, de tal forma, que todos estaban asombrados y se
preguntaban: "¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes
milagrosos? ¿Acaso no es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su
madre y no son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Qué no viven entre
nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas
cosas?" Y se negaban a creer en él.
Entonces, Jesús les dijo: "Un profeta no es despreciado
más que en su patria y en su casa". Y no hizo muchos milagros ahí por la
incredulidad de ellos.
Reflexión
Ciertamente el lugar más difícil para que nuestro testimonio
y nuestro anuncio evangélico sea aceptado es nuestro propio medio, y más aún, nuestra
propia casa. Ni para el mismo Jesús fue diferente.
Generalmente, la gente que vive con nosotros no es fácil de
convencer. Sin embargo, es ahí donde podemos verdaderamente ser luz, ser
modelo. No se trata de imponer, sino de convencer; no se trata de acusar, sino
de amar. Muchas veces vale más nuestro testimonio de amor silencioso que muchas
exhortaciones y amonestaciones, que lo único que consiguen es dividir y generar
discordia, sobre todo en la familia, lugar que debe ser de paz y armonía.
Si experimentamos problemas y no vemos cambios en nuestra
propia familia o comunidad, recordemos las palabras de San Pablo: "Cree
tú, y creerá tu familia".
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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