29/08/2012
Primera Lectura
2 Tesalonicenses 3, 6-10. 16-18
Lectio
Hermanos: Les mando, en el nombre de nuestro Señor
Jesucristo, que se aparten de todo hermano que viva ociosamente y no según la
enseñanza que de mi recibieron. Ya saben cómo deben vivir para imitar mi
ejemplo, puesto que, cuando estuve entre ustedes, supe ganarme la vida y no
dependí de nadie para comer; antes bien, de día y de noche trabajé hasta
agotarme para no serles gravosos. Y no porque no tuviera yo derecho a pedirles
el sustento, sino para darles un ejemplo que imitar. Así, cuando estaba entre
ustedes, les decía una y otra vez: 'El que no quiera trabajar, que tampoco
coma'.
Que el Señor de la paz les conceda su paz siempre y en todo.
Que el Señor este con todos ustedes. Este saludo es de mi puño y letra. Así
firmo yo, Pablo, en todas mis cartas; esta es mi letra. Que la gracia de
nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes.
Meditatio
Cuando el papa Juan Pablo II visitó Monterrey por segunda
vez, en la homilía hizo énfasis no sólo a la "santificación" del
trabajo, sino también en el trabajo como un modo de santificarse. En ella
decía: "Jesús, el hijo de Dios, no tuvo a menos el trabajar, y por ello
aprendió un oficio y lo ejerció, tanto así que la gente sorprendida se
preguntaba '¿No es éste el carpintero?' (Mc 3,6)". El trabajo no es sólo
una manera por medio de la cual Dios nos "da el pan de cada día",
sino también es el lugar para encontrarse con Dios, con el Dios constructor,
con el Dios que ha creado todo y que nos ha hecho "co-creadores" con
él.
Cuando trabajamos (sea trabajo de oficina, de taller, de
fábrica, de estudio, de casa) y lo hacemos con alegría, descubriendo en nuestro
trabajo esta presencia y esta acción creadora de Dios en nosotros, el trabajo
se convierte también en un modo de santificar a nuestro mundo. De esta manera
el trabajo deja de ser una obligación, para convertirse en un gozo, en una
verdadera experiencia de Dios.
Haz de tu trabajo diario una experiencia del amor de Dios.
Conviértete, como san Pablo, en un ejemplo y un medio de evangelización para la
gente que trabaja contigo; que viendo tu alegría, la gente se sienta llamada a
vivir la misma experiencia que tú tienes y a dar gloria a Dios.
Oratio
Te agradezco, Señor, por el trabajo, gracias por la
oportunidad de convertir el talento que me diste y mi desgaste físico e
intelectual en frutos que construyan una mejor sociedad. Perdóname por todas
aquellas veces que no he sido consciente de que también en mi trabajo te honro
y te represento ante el mundo.
Operatio
Hoy seré muy celoso de cuidar que cada minuto de mi día sea
bien aprovechado, sin olvidar que mi jefe directo, no es el que dice mi
empresa, sino el Señor.
El Evangelio de hoy
Marcos 6, 17-29
En aquel tiempo, Herodes había mandado apresar a Juan el
Bautista y lo había metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado
con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: "No te está
permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano". Por eso Herodes lo
mandó encarcelar.
Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería
quitarle la vida, pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan,
pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo
oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.
La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte,
a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños.
La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile le gustó mucho a Herodes
y a sus invitados. El rey le dijo entonces a la joven: "Pídeme lo que
quieras y yo te lo daré". Y le juró varias veces: "Te daré lo que me
pidas, aunque sea la mitad de mi reino".
Ella fue a preguntarle a su madre: "¿Qué le pido?"
Su madre le contestó: "La cabeza de Juan el Bautista". Volvió ella
inmediatamente junto al rey y le dijo: "Quiero que me des ahora mismo, en
una charola, la cabeza de Juan el Bautista".
El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a
los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo
que trajera la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo
la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su
madre.
Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a
recoger el cadáver y lo sepultaron.
Reflexión
Este pasaje que hemos leído, nos pone de frente a uno de los
grandes problemas que tiene que afrontar el hombre: la fidelidad. Por un lado,
tenemos a Juan el Bautista que, sin temor, se declara abiertamente en pro de la
ley de Dios y denuncia con valentía el mal proceder del rey. Por otro lado,
tenemos al rey, que prefiere matar a un inocente que retractarse, simplemente
por el "qué dirán". Uno ofrece su vida abiertamente sin importarle la
misma muerte, el otro se acobarda por una posición delante de una sociedad
corrompida.
Este caso nos invita a reflexionar y a tomar partido. Ya
Jesús lo había dicho: "O estás conmigo o estás contra mi". Es decir,
no podemos estar en zona neutral, pues "el que no recoge,
desparrama". Es, pues, necesario hacer una opción que nos va a conducir en
nuestra vida a reaccionar como Herodes o como Juan el Bautista. O somos
cristianos de tiempo completo y tomamos partido por la justicia, la paz y el
amor; o seremos cobardes que nos escondemos detrás de la ley, de las políticas
de nuestra oficina, gobierno o institución, para que no se vean afectados
nuestros intereses.
Juan dio su vida por amor a la verdad que Dios reveló,
¿estarías tú dispuesto a hacer lo mismo?
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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