06/08/2012
El Evangelio de hoy
Marcos 9, 2-10
En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a
Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus
vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie
puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés
conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué a gusto
estamos aquí! Hagamos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías». En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados.
Se formó entonces una nube que los cubrió con su sombra, y
de esta nube salió una voz que decía: «Este es mi Hijo amado; escúchenlo».
En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a
Jesús, que estaba solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no
contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de
entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué
querría decir eso de resucitar de entre los muertos.
Reflexión
En una ocasión le preguntaron a San Francisco sobre su
relación con Dios, pues todos sabían que era muy profunda y querían saber más
sobre sus experiencias místicas, desafortunadamente para nosotros, su respuesta
fue: «Mi secreto es para mí y para Dios», así que poco sabemos de lo que
ocurría en esos momentos de intimidad con Dios. En el pasaje que hemos visto
nos refiere el evangelista sobre una de las experiencias más hermosas que
tuvieron con Jesús al verlo glorificado, como lo veremos en el cielo. Esta visión
los embelesó tanto que no querían ya regresar a la realidad.
Con cuánta razón decía San Pablo: «Ni ojo vio ni oído
escuchó, ni puede venir a la mente del hombre lo que Dios tiene preparado para
los que le aman». Dios está esperando para darnos a conocer la profundidad de
su amor y darnos a gustar, como a los apóstoles, la plenitud de su gloria, pero
para ello, necesitamos subir a la montaña, es decir, caminar hacia la cima de
nuestra oración, lo que, sin lugar a dudas, requiere tiempo y, sobre todo, determinación.
Decía Santa Teresa que quien quiere y se decide en llegar a
la experiencia mística poniendo todo lo que está de su parte, ciertamente Dios
no se la negará. No te desanimes en la subida al monte de Dios, si perseveras
en la oración lo alcanzarás.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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