23/01/13
Primera Lectura
Hebreos 7, 1-3. 15-17
Lectio
Hermanos: Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios
altísimo, salió al encuentro de Abraham, cuando éste volvía de derrotar a los
reyes, y lo bendijo. Abraham le dio entonces la décima parte de todo el botín.
El nombre de Melquisedec, significa rey de justicia y el
título rey de Salem, significa rey de paz. No se mencionan ni su padre ni su
madre, y aparece sin antepasados. Tampoco se encuentra el principio ni el fin
de su vida. Es la figura del Hijo de Dios, y como él, permanece sacerdote para
siempre.
En efecto, como Melquisedec, Jesucristo ha sido constituido
sacerdote, en virtud de su propia vida indestructible y no por la ley, que
señalaba que los sacerdotes fueran de la tribu de Leví. La palabra misma de
Dios lo atestigua, cuando dice: Tú eres sacerdote para siempre, como
Melquisedec.
Meditatio
Jesucristo, en esta figura del AT nos ilustra nuestro ser
sacerdotal, el cual no nos viene por pertenecer a una orden (o a una tribu como
en este caso) sino por la gracia conferida en el bautismo. En este texto nos
muestra cómo, en fuerza a su bautismo, una de las acciones sacerdotales del
cristiano consiste en establecer la paz.
Por ello, nuestra acción sacerdotal, a diferencia de las
acciones sacerdotales del sacerdote "ministerial", es ser
constructores de la paz, principalmente en nuestras familias y comunidades.
Decimos que es una acción sacerdotal porque para poderla construir es necesario
sacrificar algo.
El sacrificio que se necesita para llegar a establecer una
paz verdadera y duradera es el sacrificio de nuestro egoísmo, de nuestro
"YO". Es necesario morir a nosotros mismos y a nuestros gustos y
placeres para que nuestra acción sacerdotal sea eficaz y traiga paz y alegría a
nuestro mundo. Ejerce tu sacerdocio bautismal y conviértete en un auténtico
constructor de la paz.
Oratio
Señor, hoy me uno a las palabras de tu siervo Francisco de
Asís, a propósito de ser artífice de paz: Señor, hazme un instrumento de tu
paz;
donde haya odio, ponga yo amor,
donde haya ofensa, ponga yo perdón,
donde haya discordia, ponga yo armonía,
donde haya error, ponga yo verdad,
donde haya duda, ponga yo la fe,
donde haya desesperación, ponga yo esperanza,
donde haya tinieblas, ponga yo la luz,
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
Oh, Señor, que no me empeñe tanto en ser consolado como en
consolar,
en ser comprendido, como en comprender,
en ser amado, como en amar;
porque dando se recibe, olvidando se encuentra,
perdonando se es perdonado,
muriendo se resucita a la vida .
Amén.
Operatio
Hoy me acercaré de algún modo sencillo y con humildad a
aquellas personas con las que por algún motivo no tengo una relación de paz y
empezaré a dar pasos para conseguirla.
El Evangelio de hoy
Marcos 3, 1-6
En aquel tiempo, Jesús entró en la sinagoga, donde había un
hombre que tenía tullida una mano. Los fariseos estaban espiando a Jesús para
ver si curaba en sábado y poderlo acusar. Jesús le dijo al tullido:
"Levántate y ponte allí en medio".
Después les preguntó: "¿Qué es lo que está permitido
hacer en sábado, el bien o el mal? ¿Se le puede salvar la vida a un hombre en
sábado o hay que dejarlo morir?" Ellos se quedaron callados. Entonces,
mirándolos con ira y con tristeza, porque no querían entender, le dijo al
hombre: "Extiende tu mano". La extendió, y su mano quedó sana.
Entonces se fueron los fariseos y comenzaron a hacer planes
con los del partido de Herodes para matar a Jesús.
Reflexión
Si hay algo destructivo en este mundo y en nuestra vida, eso
es la envidia. Y es que la envidia es capaz de cegar totalmente el corazón del
hombre, llevándolo a cometer las más nefastas acciones. En el Génesis hemos
visto que, por envidia, Caín mató a Abel.
La envidia de los fariseos será en gran parte la causa de la
muerte de Jesús. Era tanta la dureza de su corazón, que el mismo Jesús se
entristeció. No permitamos que la envidia se adueñe de nuestro corazón. Dios
nos ha dado a cada uno, diferentes dones y carismas. Nuestro deber como
cristianos es, no sólo respetarlos, sino buscar la manera de que éstos se
desarrollen plenamente.
La envidia destruye, en cambio, la generosidad y la humildad
construyen. Si vemos a alguno de nuestros hermanos triunfar, alegrémonos con él
y ayudémosle a seguir adelante.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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