23/11/2012
Primera Lectura
Apocalipsis 10, 8-11
Lectio
Yo, Juan, oí de nuevo la voz que ya me había hablado desde
el cielo, y que me decía: "Ve a tomar el librito abierto, que tiene en la
mano el ángel que está de pie sobre el mar y la tierra".
Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el librito. Él me
dijo: "Tómalo y cómetelo. En la boca te sabrá tan dulce como la miel, pero
te amargará las entrañas".
Tomé el librito de la mano del ángel y me lo comí. En la
boca me supo tan dulce como la miel; pero al tragarlo, sentí amargura en las
entrañas. Entonces la voz me dijo: "Tienes que volver a anunciar lo que
Dios dice acerca de muchos pueblos, naciones y reyes".
Meditatio
A través de estas imágenes, el Señor nos habla sobre la
dualidad del Evangelio: por un lado es dulce, pero por el otro es amargo. Y es
que cuando somos objeto del Evangelio, éste resulta hermoso.
Todas las palabras que se nos dicen en la evangelización
llenan de alegría y de dulzura el corazón. Sin embargo, cuando nosotros nos
convertimos en los sujetos del Evangelio, es decir, cuando hay que vivirlo,
cuando hay que DIGERIRLO y llevarlo a la vida cotidiana, ya no es tan dulce,
sino que llega incluso a amargar. Más aún cuando al ser sujeto del Evangelio,
éste nos impulsa a denunciar todo lo que es contrario al amor, a la justicia y
la verdad.
Esta es la razón por la cual en la Iglesia tenemos muchos
OYENTES del Evangelio y pocos TESTIGOS; muchos que van a misa el domingo, pero
que el resto de la semana viven al margen de lo que escucharon el domingo.
Si realmente queremos ser auténticos cristianos, debemos
aceptar esta dualidad de amargura y dulzura. No es fácil ser verdadero testigo
de Jesús, esto amargará nuestras entrañas, sin embargo, la dulzura que
contienen las promesas de Cristo y la presencia del Espíritu Santo harán que
nuestra vida alcance la madurez cristiana y humana.
Oratio
Gracias, Señor, por la dulzura de tu mensaje, gracias porque
es un deleite escuchar lo que te agrada y te complace; en verdad encuentro vida
en lo que me propones. Pero, Señor, también encuentro la amargura de mi necedad
y dura cabeza, encuentro que mi cuerpo se revela a cumplir tus preceptos y es
como si me dirigiera a la muerte, pero me confío a ti, Señor, y aunque mucho
cueste digerir las partes que me exigen en el Evangelio, lo acepto con agrado y
disposición de corazón, solo te pido tu gracia para que esa amargura se
traduzca en la felicidad de hacer lo que te agrada.
Operatio
Hoy buscaré tres cosas de la vida cristiana que en verdad me
parezcan como un trago amargo, por la exigencia que me representan, y pediré a
Dios la gracia de vivir cada una de ellas.
El Evangelio de hoy
Lucas 19, 45-48
Aquel día, Jesús entró en el templo y comenzó a echar fuera
a los que vendían y compraban allí, diciéndoles: "Está escrito: Mi casa es
casa de oración; pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones".
Jesús enseñaba todos los días en el templo. Por su parte,
los sumos sacerdotes, los escribas y los jefes del pueblo intentaban matarlo,
pero no encontraban cómo hacerlo, porque todo el pueblo estaba pendiente de sus
palabras.
Reflexión
San Pablo, escribiendo a los Corintios, nos dice que somos
el templo del Espíritu Santo. Hoy Jesús nos dice que SU casa, SU templo, debe
ser casa de oración. Pensemos por un momento si nuestra vida interior se puede
considerar una casa de oración o es en realidad un lugar lleno del ruido del
mercado del mundo que está gritando dentro de nosotros y buscando vendernos sus
necias ideas.
Por qué no invitamos hoy a Jesús para que, con su poder y
autoridad, eche fuera a todos estos gritones, ponga nuestra vida interior en
paz y así se convierta, como lo fue en María Santísima, en un verdadero lugar
de encuentro con Dios.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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