3/09/2012
Primera Lectura
1 Corintios 2, 1-5
Lectio
Hermanos: Cuando llegué a la ciudad de ustedes para
anunciarles el Evangelio no busqué hacerlo mediante la elocuencia del lenguaje
o de la sabiduría humana sino que resolví no hablarles sino de Jesucristo, más
aún de Jesucristo crucificado.
Me presenté ante ustedes débil y temblando de miedo. Cuando
les hablé y les prediqué el Evangelio no quise convencerlos con palabras de
hombre sabio, al contrario, los convencí por medio del Espíritu y del poder de
Dios a fin de que la fe de ustedes dependiera del poder de Dios y no de la
sabiduría de los hombres.
Meditatio
Cuántas veces nos ha ocurrido que nos encontramos en una
situación en la que nos sentimos llamados a comunicar la Buena Noticia del
Evangelio, a dar nuestro testimonio, a hablarle de Dios a alguna persona y en
ese momento pensamos: ¿quién soy yo? ¡yo no sé nada! o ¿cómo lo podré
convencer?
La palabra de Dios nos recuerda hoy, lo que ya había dicho
Jesús: “No se preocupen por lo que van a decir. El Espíritu Santo les inspirará
en ese momento lo que habrán de decir”. Debemos tener siempre presente que la
fe es un don de Dios, que nuestra misión es anunciar, proclamar el Evangelio
(de viva voz y con testimonio); la conversión por la fe toca al Espíritu Santo.
De esta manera, como dice San Pablo: la fe no está fundada ni en nuestra
elocuencia ni en nuestra sabiduría: es obra de Dios en la persona. De manera
que nadie se puede vanagloriar.
No apagues el fuego del Espíritu en tu corazón. Habla de
Dios a tus amigos y compañeros, no necesitas mucha sabiduría, necesitas
solamente, como San Pablo, el fuego del amor de Dios en tu corazón.
Oratio
Cálzame, Señor, con el celo por propagar tu Evangelio, que
mi corazón no me dé tregua y que sea mi deseo constante anunciar, verbalmente o
con mis acciones, tu amor y tu verdad a los que viven sin ti, sin esperanza,
sin amor. Heme aquí, Señor, envíame a mí, revísteme de tu Espíritu Santo y
proclamaré tu poder.
Operatio
Hoy compartiré con mis amigos o conocidos, algo que les
muestre lo mucho que el Señor les ama.
El Evangelio de hoy
Lucas 4, 16-30
En aquel tiempo, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado.
Entró en la sinagoga, como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó
para hacer la lectura. Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y
encontró el pasaje en que estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la
liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los
oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.
Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se sentó. Los
ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él. Entonces
comenzó a hablar, diciendo: "Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la
Escritura, que ustedes acaban de oír".
Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las
palabras que salían de sus labios, y se preguntaban: "¿No es éste el hijo
de José?"
Jesús les dijo: "Seguramente me dirán aquel refrán:
'Médico, cúrate a ti mismo, y haz aquí, en tu propia tierra, todos esos
prodigios que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm' ".
Y añadió: "Yo les aseguro que nadie es profeta en su
tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías,
cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en
todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una
viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel,
en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino
Naamán, que era de Siria".
Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se
llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta
una barranca del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para
despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí.
Reflexión
Indudablemente, el lugar más difícil para dar testimonio es
nuestra propia casa, nuestro propio ambiente; sin embargo, no por ello debemos
dejar de hacer nuestro mejor esfuerzo para que Jesús sea conocido, ya que el
día de nuestro bautismo se cumplieron para nosotros las mismas palabras del
profeta, pues hemos sido llenos del Espíritu Santo.
Cada cristiano es enviado a proclamar la libertad a los
cautivos, a los que viven presos del pecado y del egoísmo; a dar la vista a los
ciegos, a los que no se dan cuenta de lo hermoso que es vivir en gracia en este
mundo maravilloso que Dios creó para nosotros; a liberar a los oprimidos por la
angustia y la desesperación que causa el materialismo y a proclamar el año de
gracia del Señor, es decir, un tiempo propicio para regresar a Dios. Que el
Señor nos conceda la gracia y el valor de ser profetas en nuestros propios
ambientes.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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