8/05/2012
Primera Lectura
Hechos 14, 19-28
Lectio
En aquellos días, llegaron a Listra, procedentes de
Antioquía y de Iconio, unos judíos, que se ganaron a la multitud y apedrearon a
Pablo; lo dieron por muerto y lo arrastraron fuera de la ciudad. Cuando lo
rodearon los discípulos, Pablo se levantó y regresó a la ciudad. Pero al día
siguiente, salió con Bernabé hacia Derbe. Después de predicar el Evangelio y de
hacer muchos discípulos en aquella ciudad, volvieron a Listra, Iconio y
Antioquía, y ahí animaban a los discípulos y los exhortaban a perseverar en la
fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el
Reino de Dios. En cada comunidad designaban presbíteros, y con oraciones y
ayunos los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron luego
Pisidia y llegaron a Panfilia; predicaron en Perge y llegaron a Atalía. De allí
se embarcaron para Antioquía, de donde habían salido, con la gracia de Dios,
para la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la comunidad y
les contaron lo que había hecho Dios por medio de ellos y cómo les había
abierto a los paganos las puertas de la fe. Ahí se quedaron bastante tiempo con
los discípulos.
Meditatio
Algo que es necesario que recuperemos todos los cristianos,
es el celo por la predicación y por la evangelización; el deseo ferviente de
que todos los hombres conozcan la verdad de Jesús y vivan de acuerdo al
evangelio. Que recordemos que la vida evangélica y el seguimiento de Jesús
nacen de la predicación y no de una legislación. Es necesario que el hombre
escuche hablar de Jesús y que lo acepte personalmente, de modo que se llegue a
convertir en un auténtico discípulo de Jesús. En esto, tú y yo tenemos una gran
responsabilidad, pues así como san Pablo, debemos aprovechar todo momento y
toda circunstancia para hablar de Jesús, para invitar a nuestros amigos y
familiares a tener un encuentro personal con Jesús. Hablemos con valentía y
sobre todo con amor, de aquello que ha cambiado nuestra vida, del mensaje que
ilumina y llena de paz el corazón: No tengamos miedo de anunciar el Evangelio.
Oratio
Jesús, cuando me acerco a tu palabra, sé que eres
verdaderamente tú hablando, sólo te pido que me des la gracia de poder
experimentarlo en todos mis sentidos, que pueda verte en el monte predicando,
hablándole con amor a un enfermo o comiendo con tus discípulos; quiero
experimentar eso para poder repetirlo en mi vida y hablar como tú, escuchar
como tú, convivir como tú.
Espíritu Santo graba en mí la forma de ser de Jesús, y que
pueda yo reflejarlo al mundo.
Operatio
Hoy buscaré algún gesto de Jesús en el evangelio y lo
imitaré con todo mi empeño.
El Evangelio de hoy
Juan 14, 27-31
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "La paz
les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz
ni se acobarden. Me han oído decir: 'Me voy, pero volveré a su lado'. Si me
amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo.
Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean.
Ya no hablaré muchas cosas con ustedes, porque se acerca el
príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario
que el mundo sepa que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que el Padre me
ha mandado".
Reflexión
Quizás uno de los regalos más grandes que Jesús nos ha
dejado, sea la paz. La paz profunda en el corazón que hace que el hombre, aún
en medio de las más duras pruebas, no se sienta turbado ni con miedo. La paz de
Dios es una paz diferente a la que de ordinario se busca. Es un don divino que
produce en el cristiano la certeza de la presencia de Dios y de la ayuda
divina. No es una paz artificial producto del no afrontar nuestras
responsabilidades y compromisos, paz que muchas veces es cobardía o evasión.
Un rostro sereno en medio de una tormenta, de una crisis, es
la mejor señal de la presencia de Dios en él. Algo que ha asombrado a los
hombres de ciencia que han estudiado la "Sábana de Turín" o
"Sábana Santa", es la enorme paz que refleja el rostro del hombre
"retratado" en este lienzo. Un hombre que al parecer fue martirizado
de una manera atroz y que, sin embargo, muere con un rostro sereno. Es una paz
que se consigue haciendo la guerra a nuestro egoísmo, a fin de dar espacio al
Espíritu para que éste crezca en nosotros y nos pacifique interiormente. Te
invito a que le pidas al Señor esta paz, la paz que hace de nuestra vida
preámbulo del cielo.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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