04/03/2013
Primera Lectura
2 Reyes 5, 1-15
Lectio
En aquellos días, Naamán, general del ejército de Siria,
gozaba de la estima y del favor de su rey, pues por su medio había dado el
Señor la victoria a Siria. Pero este gran guerrero era leproso.
Sucedió que una banda de sirios, en una de sus correrías, trajo
cautiva a una jovencita, que pasó luego al servicio de la mujer de Naamán. Ella
le dijo a su señora: "Si mi señor fuera a ver al profeta que hay en
Samaria, ciertamente él lo curaría de su lepra".
Entonces fue Naamán a contarle al rey, su señor: "Esto
y esto dice la muchacha israelita". El rey de Siria le respondió:
"Anda, pues, que yo te daré una carta para el rey de Israel". Naamán
se puso en camino, llevando de regalo diez barras de plata, seis mil monedas de
oro, diez vestidos nuevos y una carta para el rey de Israel que decía: "Al
recibir ésta, sabrás que te envío a mi siervo Naamán, para que lo cures de la
lepra".
Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras
exclamando: "¿Soy yo acaso Dios, capaz de dar vida o muerte, para que éste
me pida que cure a un hombre de su lepra? Es evidente que lo que anda buscando
es un pretexto para hacerme la guerra".
Cuando Eliseo, el hombre de Dios, se enteró de que el rey
había rasgado sus vestiduras, le envió este recado: "¿Por qué rasgaste tus
vestiduras? Envíamelo y sabrá que hay un profeta en Israel". Llegó, pues,
Naamán con sus caballos y su carroza, y se detuvo a la puerta de la casa de
Eliseo. Este le mandó decir con un mensajero: "Ve y báñate siete veces en
el río Jordán, y tu carne quedará limpia". Naamán se alejó enojado,
diciendo: "Yo había pensado que saldría en persona a mi encuentro y que,
invocando el nombre del Señor, su Dios, pasaría la mano sobre la parte enferma
y me curaría de la lepra. ¿Acaso los ríos de Damasco, como el Abaná y el
Farfar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podría bañarme en ellos
y quedar limpio?" Dio media vuelta y ya se marchaba, furioso, cuando sus
criados se acercaron a él y le dijeron: "Padre mío, si el profeta te
hubiera mandado una cosa muy difícil, ciertamente la habrías hecho; cuanto más,
si sólo te dijo que te bañaras y quedarías sano".
Entonces Naamán bajó, se bañó siete veces en el Jordán, como
le había dicho el hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la de un niño.
Volvió con su comitiva a donde estaba el hombre de Dios y se le presentó,
diciendo: "Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel".
Meditatio
En este pasaje, es claro lo que significa tener fe y el
apoyo de la comunidad. Fe es obedecer, aunque lo que se nos pida parezca una
tontería, algo fuera de sentido. Naamán pensó que era una tontería lo que
Eliseo le pedía y ya había decidido marcharse enfermo. Sin embargo, sus siervos
(que podríamos identificar con la comunidad), lo convencieron de que hiciera lo
que se le pedía. Resultado: quedó sano. En ocasiones nos encontramos con
hermanos para los cuales la voluntad de Dios en ese momento resulta difícil de
aceptar; decisiones que resultan ilógicas. Es entonces cuando la fe alcanza su
valor máximo, y es cuando nosotros podemos ser el instrumento para ayudar a
quien duda a continuar adelante y así llevarlo a hacer la voluntad de Dios.
Recuerda que la vida del Evangelio está llena de
proposiciones que nos parecerían ilógicas (Para vivir hay que morir, por
ejemplo), pero es en la obediencia de estas en donde encontramos la felicidad.
Déjate conducir por Dios.
Oratio
Señor, te pido que me enseñes a obedecerte de un modo total,
a no cuestionar lo que me pides, sino simplemente dejarme llevar por tu mano y
tu instrucción.
Además Señor, ayúdame a ser lo suficientemente humilde para
escuchar tu voz en todas las personas y circunstancias; que cuando alguien me
dé un consejo o me instruya sobre algo, no mire su condición, sino que yo sea
sensible a tu inspiración para discernir si ello viene de ti y así obrar en
consecuencia.
Por último Señor, rodéame de una comunidad de personas que
te busquen y que sepan aconsejarme cuando yo sea rebelde y de ese modo puedas
rescatarme y sanarme. Yo abriré mi boca y diré como aquel hombre: "No hay
Dios más que tú".
Operatio
En este día estaré muy atento para descubrir la voz de Dios
en mis semejantes, y en cuanto la descubra obedeceré sin pretextos.
El Evangelio de hoy
Lucas 4, 24-30
En aquel tiempo, Jesús llegó a Nazaret, entró a la sinagoga
y dijo al pueblo: "Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había
ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la
lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país;
sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía
en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del
profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, que era
de Siria".
Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se
llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta
una barranca del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para
despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí.
Reflexión
La historia se repite, quizás, la diferencia sea que hoy la
manera en que se rechaza al profeta es diferente. Hoy ya no se les busca para
matarlos, simplemente se les ignora. Pensemos en cuántas veces hemos escuchado
a Jesús en la Misa, en un retiro, en una conversación, etc., y cuántas veces
hemos hecho caso de sus palabras. ¿Cuántas veces nos ha mandado diferentes
profetas en la persona de nuestros padres, maestros, amigos, sacerdotes,
buscando un cambio en nuestra vida, buscando nuestra conversión y nosotros
simplemente hemos dejado que la palabra o el consejo entre por un oído y salga
por otro? Ciertamente nosotros no hemos despeñado a Jesús desde la barranca,
pero ¿cuántos de nosotros lo tenemos silenciado dentro de un cajón o lleno de
polvo en un librero?
La Cuaresma nos invita a abrir no sólo nuestro corazón, sino
toda nuestra vida al mensaje de los profetas, al mensaje de Cristo, a su
Evangelio y a su amor. No desaprovechemos esta oportunidad.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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