14/09/2012
Primera Lectura
1 Corintios 9, 16-19. 22-27
Lectio
Hermanos: No tengo por qué presumir de predicar el
Evangelio, puesto que ésa es mi obligación. ¡Ay de mí, si no anuncio el
Evangelio! Si yo lo hiciera por propia iniciativa, merecería recompensa; pero
si no, es que se me ha confiado una misión. Entonces, ¿en qué consiste mi
recompensa? Consiste en predicar el Evangelio gratis, renunciando al derecho
que tengo a vivir de la predicación.
Aunque no estoy sujeto a nadie, me he convertido en esclavo
de todos para ganarlos a todos. Con los débiles me hice débil, para ganar a los
débiles. Me he hecho todo a todos, a fin de ganarlos a todos. Todo lo hago por
el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.
¿No saben que en el estadio todos los corredores compiten,
pero uno solo recibe el premio? Corran de manera que consigan el premio.
Además, todos los atletas se privan de muchas cosas: ellos lo hacen por un
premio que se acaba; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre.
Así pues, yo corro, pero no a ciegas, y lucho, pero no dando
golpes al aire, sino que domino mi cuerpo y lo obligo a que me sirva, no sea
que, después de predicar a los demás, quede yo descalificado.
Meditatio
En este capítulo de su carta, basado en los problemas que
venía tratando sobre la incontinencia sexual y los desórdenes en la voluntad,
san Pablo da el consejo de oro para poder ser capaz de recibir la Vida Eterna y
participar del Reino: LA PENITENCIA.
El ejemplo que propone es genial, pues compara la vida con
una competencia atlética. Quien ha hecho alguna vez deporte, sabrá que para
poder dar un buen resultado se necesita "privarse" de todo lo que
merma la salud o la debilita; al mismo tiempo, sabrá que no siempre son
placenteros todos los ejercicios que se deben hacer para mantenerse en forma.
Pues, de igual manera, la vida espiritual requiere
DISCIPLINA. Es necesario apartarnos de lo que no contribuye a la edificación
espiritual, y que muchas veces la deteriora (conversaciones, lugares,
espectáculos, etc), y por otro lado, ejercitarnos en la oración y en las
prácticas espirituales, especialmente en la penitencia. Sin disciplina en la
vida, será muy difícil alcanzar el éxito, pues igualmente, sin disciplina en la
vida espiritual, es difícil que ésta crezca y se desarrolle. ¡Ánimo, que la
carrera es larga!
Oratio
Señor, te pido que me enseñes a acondicionar mi ser interno;
yo me comprometo a privarme de todo aquello que me daña y que limita mi
desarrollo; además de disciplinarme en cada cosa que me edifique para llegar a
la estatura del hombre perfecto, hasta tu plenitud.
Operatio
Hoy cuidaré de ser diligente en mis prácticas diarias de
oración y me privaré de algo como parte de la ascésis diaria.
El Evangelio de hoy
Lucas 6, 39-42
En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos este
ejemplo: "¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en
un hoyo? El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su
aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga
que llevas en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Déjame
quitarte la paja que llevas en el ojo‘, si no adviertes la viga que llevas en
el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que llevas en tu ojo y entonces
podrás ver, para sacar la paja del ojo de tu hermano".
Reflexión
Hoy tenemos una doble enseñanza. La primera estaría referida
a descubrir nuestros propios errores. Somos humanos y como tales tenemos
fallas, debilidades. Es, pues, necesario descubrirlas. Pero ¿cómo podremos
descubrirlas si no nos ayudan? O ¿cómo podremos superarlas sin la ayuda de los
demás? He aquí la segunda enseñanza: No es fácil ayudar al hermano a salir
adelante de sus debilidades. Requiere, como cuando hay que sacar una paja del
ojo, mucho cuidado, mucho cariño, mucho amor y atención. De esta manera se
completa la enseñanza: Somos débiles y estamos llenos de imperfecciones, no
debemos cerrarnos a esto; pero al mismo tiempo debemos, por un lado, permitir
al hermano que nos ayude a superarlos, y por otro, ayudar con ternura a los
demás a superar sus imperfecciones. ¿Serías capaz de hacer esto en tu propia
vida?
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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