20/09/2012
Primera Lectura
1 Corintios 15, 1-11
Lectio
Hermanos: Les recuerdo el Evangelio que yo les prediqué y
que ustedes aceptaron y en el cual están firmes. Este Evangelio los salvará si
lo cumplen tal y como yo lo prediqué. De otro modo, habrán creído en vano.
Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo
murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que
resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y
luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la
mayoría de los cuales vive aún y otros ya murieron. Más tarde se le apareció a
Santiago y luego después a todos los apóstoles.
Finalmente, se me apareció también a mi, que soy como un
aborto. Por que yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los
apóstoles e indigno de llamarme apóstol. Sin embargo, por la gracia de Dios,
soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril en mí; al contrario, he
trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios,
que está conmigo. De cualquier manera sea yo, sean ellos, esto es lo que
nosotros predicamos y esto mismo lo que ustedes han creído.
Meditatio
En este pasaje Pablo nos recuerda, ante todo, que el
Evangelio no es únicamente para el intelecto y para la reflexión sino ante
todo, para la vida. En la medida en la que el hombre va haciendo vida la
enseñanza de Jesús, en esa medida, toda su existencia se transforma.
Pablo, a pesar de haber sido un perseguidor de la Iglesia,
creyó y se dejó poseer por el amor de Dios que lo había salvado. Como resultado
nos dio un “Pablo nuevo”, dedicado a la propagación del Evangelio. Por ello
dice que en él “la gracia no ha quedado infecunda o estéril”.
Esta buena noticia del Evangelio, tenemos que hacerla vida,
dejando que por la acción del Espíritu Santo, se transforme en amor a Dios y
los hermanos; esta misma gracia es el motor de la evangelización, es el resorte
que nos empuja a hacer partícipes a los demás del gozo y la paz que nosotros
mismos experimentamos en Cristo.
Oratio
Señor, ciertamente he pasado un buen tiempo de mi existencia
lejos de ti, y me hubiera encantado encontrarte desde mucho antes, sin embargo,
Jesús, quiero pedirte que no permitas que tu gracia sea estéril en mí sino más
bien, que dé fruto abundante en conversiones, en gente que te conozca, con el
único instrumento de mi testimonio de amor a ti. Quiero dar algo como signo de
gratitud ante todo lo que me has dado.
Operatio
Hoy buscaré a alguien y le hablaré de mí antes de conocer a
Cristo y cómo eso ha cambiado drásticamente a partir de mi encuentro con él.
El Evangelio de hoy
Lucas 7, 36-50
En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con él.
Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en
aquella ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo,
tomó consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús,
y comenzó a llorar, y con sus lágrimas bañaba sus pies; los enjugó con su
cabellera, los besó y los ungió con el perfume.
Viendo esto, el fariseo que lo había invitado comenzó a
pensar: "Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que
lo está tocando; sabría que es una pecadora".
Entonces Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que
decirte". El fariseo contestó: "Dímelo, Maestro". Él le dijo:
"Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos
denarios, y el otro, cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la
deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?" Simón le respondió:
"Supongo que aquel a quien le perdonó más".
Entonces Jesús le dijo: "Haz juzgado bien". Luego,
señalando a la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y
tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con
sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de
saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no
ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con
perfume. Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado
perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco
ama". Luego le dijo a la mujer: "Tus pecados te han quedado
perdonados".
Los invitados empezaron a preguntarse a sí mismos:
"¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?" Jesús le dijo a la
mujer: "Tu fe te ha salvado; vete en paz".
Reflexión
Siempre que me han preguntado ¿cuál es la diferencia entre
reconciliación y confesión?, la respuesta la encontramos en este pasaje y es
muy sencilla: Es el amor. Solamente quien ama se reconcilia, es decir, busca
ser perdonado. El fariseo no siente la necesidad de ser perdonado, lo tiene
todo, pero ha olvidado lo más importante: El amor. La mujer de vida pública, en
cambio, se descubre vacía, necesitada, lo único que tiene es sed de amor. Es
precisamente esta sed de amor lo que la lleva a Jesús, fuente infinita del
amor. Había buscado el amor en los hombres y lo único que recibió fue vacío y
soledad.
Jesús no ha venido por los sanos sino por los enfermos: Por
ti y por mí. No tengamos miedo de acercarnos a la reconciliación, pues en ella,
Jesús, por medio del sacerdote, nos dará el amor y el perdón de Dios, para
despedirnos diciendo: Vete en paz.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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