13/08/2012
Primera Lectura
Ezequiel 1, 2-5; 24-28
Lectio
El día cinco del mes cuarto (era el año quinto de la deportación del rey Joaquín), me fue dirigida la palabra del Señor a mí, Ezequiel, sacerdote, hijo de Buzí, en el país de los caldeos, a orillas del río Kebar, y fui arrebatado en éxtasis.
Vi venir del norte un viento huracanado, una gran nube rodeada de resplandores y relámpagos, y en su centro, algo parecido al brillo del ámbar. En medio aparecían cuatro seres vivientes, que tenían forma humana. Oí el ruido de sus alas cuando se movían: era como el estruendo de un río caudaloso, como el trueno del Altísimo, como la gritería de una multitud o como el estruendo de un ejército en batalla. Cuando se detenían, plegaban sus alas.
Encima de la plataforma había una especie de zafiro en forma de trono y de esta especie de trono sobresalía una figura, que parecía un hombre. Vi luego una luz, como brillo de ámbar, como un fuego que envolvía al hombre, desde la cintura para arriba; desde la cintura para abajo, vi también algo como fuego, que difundía su resplandor, parecido al del arco iris que se ve en las nubes, cuando llueve. Tal era la apariencia visible de la gloria del Señor. Cuando yo la vi, caí rostro en tierra.
Meditatio
Con cuánta razón dice san Pablo que "lo que Dios tiene reservado para los que aman al Señor: Ni ojo vio, ni oído escuchó, ni puede siquiera venir a la mente del hombre". Ciertamente que la experiencia de la vida en el cielo es algo que no podemos imaginar, pues se refiere a la vida eterna vivida en la presencia del Señor, la vida en la cual ya no hay llanto ni dolor, donde la muerte ha perdido su poder y sólo queda el gozo y la felicidad perfecta.
Bien vale la pena esforzarnos en esta tierra para alcanzar la gloria; bien vale seguir el camino estrecho del Evangelio y ser capaz de venderlo todo con tal de comprar la "perla preciosa".
Nunca desfallezcas en tu propósito de santidad y lucha continuamente por alcanzar la visión de la Gloria de Dios.
Oratio
Te pido, Señor, tu gracia, para poder descubrir los destellos de tu gloria que nos regalas en la naturaleza o en las demás personas. Que pueda verla en el amanecer o el ocaso, en la sonrisa de un niño, o la mirada apacible de un anciano. Gracias por esos regalos que me recuerdan la maravilla que me espera en la eternidad.
Operatio
Hoy seré muy sensible a todas las cosas hermosas de la naturaleza y daré gracias a Dios por ellas.
El Evangelio de hoy
Mateo 17, 22-27
En aquel tiempo, se hallaba Jesús con sus discípulos en Galilea y les dijo: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo van a matar, pero al tercer día va a resucitar". Al oír esto, los discípulos se llenaron de tristeza.
Cuando llegaron a Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los recaudadores del impuesto para el templo y le dijeron: ¿Acaso tu maestro no paga el impuesto?" El les respondió: "Sí lo paga".
Al entrar Pedro en la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: "¿Qué te parece, Simón? ¿A quiénes les cobran impuestos los reyes de la tierra, a los hijos o a los extraños?" Pedro le respondió: "A los extraños". Entonces Jesús le dijo: "Por tanto, los hijos están exentos. Pero para no darles motivo de escándalo, ve al lago y echa el anzuelo, saca el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda. Tómala y paga por mí y por ti".
Reflexión
Este breve pasaje nos ilustra cómo el cristiano está obligado a cumplir con las leyes puestas por el Estado, de la misma manera que Jesús lo hizo y enseñó a sus discípulos a realizarlo. Y es que, aun viviendo en el Reino, estamos sujetos a la vida social, a la vida civil, y es precisamente ahí en donde, con nuestro testimonio, podemos construir una sociedad más justa, más humana y más libre.
Es mediante nuestras acciones como vamos transformando el orden social, por lo que el pago de nuestros impuestos, el acudir a las urnas a votar en tiempos de elección, el pertenecer a organizaciones y partidos políticos y de servicio, no sólo es un derecho sino una verdadera obligación de cada cristiano.
No pertenecemos a este mundo, pero vivimos en él y tenemos la encomienda recibida de Jesús de transformarlo. Seamos responsables en todo lo que concierne a la vida civil, política y social de nuestro país, hagamos de él (cada uno de acuerdo al don que Dios le ha dado) un lugar en donde el amor y la paz sean una verdadera realidad.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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