4/06/2012
Primera Lectura
2 Pedro 1, 1-7
Lectio
Yo, Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, les escribo
a ustedes los que han obtenido una fe tan preciosa como la nuestra, gracias a
la justicia de Jesucristo, nuestro Dios y salvador. Que abunden entre ustedes
la gracia y la paz, por el conocimiento de Jesucristo, nuestro Señor.
Su acción divina nos ha otorgado todo lo necesario para
llevar una vida de santidad, mediante el conocimiento profundo del que nos ha
llamado con su propia gloria y poder. Por medio de los cuales nos han sido
otorgados también los grandes y maravillosos bienes prometidos, para que por
ellos puedan ustedes escapar de la corrupción que las pasiones desordenadas
provocan en el mundo, y lleguen a participar de la naturaleza divina. Por eso,
esfuércense en añadir a su buena fe, buena conducta; a la buena conducta, la
inteligencia; a la inteligencia, el dominio propio; al dominio propio, la
perseverancia; a la perseverancia, la piedad; a la piedad, el amor fraterno, y
al amor fraterno, la caridad.
Meditatio
Parecería extraño pero hay mucha gente que dice: Yo no puedo
ser santo, o piensa que la santidad es algo que está referido sólo a un grupo
de elegidos de entre los cristianos, gentes con dones sobrenaturales o incluso
místicos. Sin embargo, el apóstol Pedro en el inicio de su carta nos hace ver
que esto no es verdad, y que todos, absolutamente todos no únicamente estamos
llamados a la santidad, sino que incluso podemos y debemos ser santos, ya que
"Dios nos ha otorgado todo lo necesario para llevar una vida de
santidad". De manera que Dios nos ha dado todo lo necesario para alcanzar
la santidad. Es ahora importante que nos convenzamos de esto, y que nos
lancemos a la gran aventura de vivir santamente, es decir, de acuerdo al
Evangelio.
Haz la prueba hoy, y verás que no es difícil, pues Dios
mismo trabaja con nosotros para que lo logremos.
Oratio
Señor, no sé si alguna vez te lo he dicho tan
explícitamente, pero hoy lo hago: Quiero ser santo; quiero asemejarme tanto a
ti que me gustaría, al mirarme al espejo, sentir tu presencia y saber que vives
realmente dentro de mí y que yo no estorbo para que te muestres a los demás.
Señor, dame de tu santidad, pues sé muy bien que no es algo meritorio sino por
gracia, es por eso que me abro a tu fluir maravilloso para que sea desbordado
de ti y que así ese fluir no acabe.
Operatio
Hoy me repetiré constantemente en el día "Quiero ser
como Jesús". Lo haré tantas veces que incluso cuando me vaya a domir sueñe
con esa bella intención "Quiero ser como Jesús".
El Evangelio de hoy
Marcos 12, 1-12
En aquel tiempo, Jesús comenzó a hablar en parábolas a los
sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos y les dijo: "Un hombre
plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó una torre
para el vigilante, se la alquiló a unos viñadores y se fue de viaje al
extranjero. A su tiempo, les envió a los viñadores a un criado para recoger su
parte del fruto de la viña. Ellos se apoderaron de él, lo golpearon y lo
devolvieron sin nada. Les envió otro criado, pero ellos lo descalabraron y lo
insultaron. Volvió a enviarles a otro y lo mataron. Les envió otros muchos y
los golpearon o los mataron. Ya sólo le quedaba por enviar a uno, su hijo
querido, y finalmente también se lo envió, pensando: 'A mi hijo sí lo
respetarán'. Pero al verlo llegar, aquellos viñadores se dijeron: 'Este es el
heredero; vamos a matarlo y la herencia será nuestra'. Se apoderaron de él, lo
mataron y arrojaron su cuerpo fuera de la viña. ¿Qué hará entonces el dueño de
la viña? Vendrá y acabará con esos viñadores y dará la viña a otros. ¿Acaso no
han leído en las Escrituras: La piedra que desecharon los constructores es
ahora la piedra angular. Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro
patente?" Entonces los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos,
quisieron apoderarse de Jesús, porque se dieron cuenta de que por ellos había
dicho aquella parábola, pero le tuvieron miedo a la multitud, dejaron a Jesús y
se fueron de ahí.
Reflexión
Jesús nos invita a darnos cuenta de la ceguera que puede
haber en nuestros ojos cuando uno no se abre a la acción poderosa del Espíritu.
Pero más aún lo aferrado que aún podemos estar a pesar de haber visto tantas
maravillas que Dios nos ha mostrado en el acontecimiento Cristo. La envidia y
el egoísmo son muy malos compañeros del hombre pues ciegan y entorpecen su
entendimiento haciendo imposible para él el acceso a la verdad. Y esto no sólo
referido a la palabra de Dios, sino a tantas situaciones de nuestra vida
diaria. No permitas que la envidia o el egoísmo, dominen tu vida. Ejercítate en
la humildad reconociendo siempre a los demás como mejores que tú y permite que
la luz del Espíritu ilumine siempre tu actuar y pensar.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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