12/01/2013
El Evangelio de hoy
Juan 3, 22-30
En aquel tiempo, fue Jesús con sus discípulos a Judea y
permaneció allí con ellos, bautizando. También Juan estaba bautizando en Enón,
cerca de Salim, porque ahí había agua abundante. La gente acudía y se
bautizaba, pues Juan no había sido encarcelado todavía.
Surgió entonces una disputa entre algunos de los discípulos
de Juan y unos judíos, acerca de la purificación. Los discípulos fueron a
decirle a Juan: "Mira, maestro, aquel que estaba contigo en la otra orilla
del Jordán y del que tú diste testimonio, está ahora bautizando y todos acuden
a él".
Contestó Juan: "Nadie puede apropiarse nada, si no le
ha sido dado del cielo. Ustedes mismos son testigos de que yo dije: 'Yo no soy
el Mesías, sino el que ha sido enviado delante de él'. En una boda, el que tiene
a la novia es el novio; en cambio, el amigo del novio, que lo acompaña y lo oye
hablar, se alegra mucho de oír su voz. Así también yo me lleno ahora de
alegría. Es necesario que él crezca y que yo venga a menos".
Reflexión
A pesar de que Juan murió decapitado casi a inicios del
ministerio de Jesús, la iglesia primitiva conoció todavía seguidores del
profeta cuando se administraba el bautismo como sacramento de iniciación a la
vida cristiana y algunos sólo había oído mencionar el bautismo de Juan.
El bautismo que Juan administra es un signo de preparación
para el administrado por la iglesia; Juan sólo bautiza para mostrar el
arrepentimiento de quien se acerca al símbolo y al agua, pero Jesús nos deja el
sacramento del bautismo para hacer de nosotros verdaderos hijos de Dios. Pero
la actitud de Juan es la misma que se espera de todo cristiano; no somos
nosotros lo más importante, ni nuestras palabras, ni nuestras acciones si nada
de ello está en relación y comunión con Dios.
Juan sabe que no es el mesías y así lo dijo a quienes le
siguieron en un principio; ello nos muestra que el ministerio cristiano siempre
se dirige a Jesús, es él el verdadero sentido de la vida cristiana, de los
sacramentos, de la vida eclesial y de la vida litúrgica. Para que Jesús obre
por medio nuestro es necesario que nosotros disminuyamos para que él crezca en
nosotros y así, el Cristo pleno y maduro sea quien rija nuestras vidas y
gobierne nuestras existencias.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu
corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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