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jueves, 9 de agosto de 2012

LECTURA Y EVANGELIO DEL 9 DE AGOSTO 2012



9/08/2012

Primera Lectura
Jeremías 31, 31-34

Lectio
"Se acerca el tiempo, dice el Señor,
en que haré con la casa de Israel
y la casa de Judá una alianza nueva.
No será como la alianza que hice con los padres de ustedes,
cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto.
Ellos rompieron mi alianza
y yo tuve que hacer un escarmiento con ellos.

Esta será la alianza nueva
que voy a hacer con la casa de Israel:
Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente
y voy a grabarla en sus corazones.
Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.
Ya nadie tendrá que instruir a su prójimo ni a su hermano,
diciéndole: 'Conoce al Señor',
porque todos me van a conocer,
desde el más pequeño hasta el mayor de todos,
cuando yo les perdone sus culpas
y olvide para siempre sus pecados".

Meditatio
No ha de haber sido fácil para el pueblo de Israel, en su reflexión después del exilio, entender a qué se refería el profeta con una “nueva alianza, una Alianza grabada en el corazón”, ya que para ellos la alianza era ya definitiva, era esa relación especial que había establecido Dios con su pueblo y que estaba contenida en las tablas de Ley dadas a Moisés en el desierto. Sin embargo, para nosotros que hemos tenido la dicha de conocer a Cristo, entendemos con claridad que esta Nueva Alianza, no es otra cosa que su amor, fruto de la inhabitación del Espíritu Santo y que se expresa por el amor que, como dice san Pablo, se ha derramado en nuestros corazones, llevándonos a amarlo a él, no desde el exterior a base de ritos y prescripciones, sino por el impulso interno que nos lleva a llamar a Dios Padre y a los demás bautizados, hermanos. Es, en pocas palabras, la presencia misma de Dios transformada en caridad en nuestros corazones.

Lo más maravilloso es que esta Alianza no fue sellada con sangre de toros o cabritos, sino con la misma sangre de Cristo, el Hijo de Dios. Esta nueva Alianza que nos ha hecho no sólo ser pueblo de Dios, sino hijos en el Hijo y, por ello, coherederos con él de la herencia eterna, nos ha abierto las puertas del Paraíso y nos ha dado poder para ser realmente felices. Seguramente estas palabras de Jeremías que escuchamos hoy, habrán resonado de una manera develatoria en los oídos de los apóstoles, cuando Jesús tomó la copa de vino y dijo: “Esta es la copa de mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza”, pues con ellas se daba cabal cumplimiento a las palabras proféticas con las que se inauguraba la nueva y definitiva etapa de la humanidad la cual, perdonada por esta sangre, iniciaba su camino hacia la pascua eterna.

Que al escuchar en la Eucaristía estas mismas palabras, nos sintamos comprometidos a respetar la Alianza y a vivirla, sabiendo que en ella encontramos la paz y el perdón de Dios.

Oratio
Señor, acepto el regalo de tu Alianza de amor para conmigo, que aunque los montes cambiaran de lugar, ésta no se apartará de mí. Te pido la fuerza y gracia de tu Espíritu Santo para ser cada vez más longánimo y corresponder a ese pacto de amor eterno.

Operatio

Hoy mantendré una actitud alegre y respetuosa para con los que me rodean, pensando en lo maravilloso del amor alegre y dulce de Dios.

El Evangelio de hoy
Mateo 16, 13-23

En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?" Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas".

Luego les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".

Jesús le dijo entonces: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.

A partir de entonces, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.

Pedro se lo llevó aparte y trató de disuadirlo, diciéndole: "No lo permita Dios, Señor. Eso no te puede suceder a ti". Pero Jesús se volvió a Pedro y le dijo: "¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!"

Reflexión
Este riquísimo pasaje tendría muchos elementos para nuestra reflexión (el primado de Pedro, el reconocer a Jesús como Mesías personal, la respuesta de Jesús a Pedro, etc.), sin embargo, quisiera centrar nuestra meditación en un elemento que a veces pasa desapercibido y es la relación que hay entre la misión de Cristo y la cruz. El evangelista nos dice que después de que Jesús se les descubre ya abiertamente como el Mesías, el hijo de Dios, "Jesús comenzó a anunciar que tenía que sufrir mucho y morir". De acuerdo a la mayoría de los exégetas, Jesús buscaba con esto, quitar de la mente de sus discípulos la idea triunfalista que el judaísmo esperaba en relación al Mesías.

El Mesías no sería un Rey que gobierna desde un palacio, sino un Rey que reina desde una Cruz, y sus discípulos, si querían pertenecer al reinado de este rey, deberían aceptarlo como tal. La reacción de Pedro manifiesta no sólo el amor por el Maestro, sino la actitud errónea de los cristianos de buscar un paraíso sin cruz, un Mesías sin pasión. Por ello, Jesús los invita a reflexionar y a no pensar como los demás, sino a entrar en su corazón y aceptar el misterio de la Cruz. Es, pues, importante que nosotros, en medio de este mundo que nos invita al confort y a evitar a toda costa el sufrimiento, aceptemos que el seguimiento de Jesús, forzosamente pasa por la Cruz.

Los falsos paraísos propuestos por el mundo terminan siempre en desilusión; el camino de la resurrección pasa siempre por el dolor, por el dolor redentor. No tengas miedo de caminar detrás de Jesús, su amor te sostendrá a cada paso.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro

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